Francisco Jesús Duarte Abellán
Universidad de Málaga
Nosotros
Aquella mañana desperté más cansado de lo habitual, parecía que hubiese tenido una pesadilla.
Busqué con mi mano en el otro de la cama, pero mi chica no estaba. Era bastante tarde, habría salido a trabajar. No pasábamos por un buen momento, había perdido mi trabajo y apenas podíamos sobrevivir con su sueldo. Me sentía verdaderamente decepcionado conmigo mismo, ella confió en mi siempre y le había fallado.
Acababa de comenzar la rutina que me estaba consumiendo por dentro desde hacía mucho tiempo. Fui al baño, llené un vaso con agua y tomé mis pastillas. No tenían un sabor desagradable, pero no paraban de recordarme que algo no iba bien. Me lavé la cara y tomé un momento para respirar. Estuve en silencio contemplando mi reflejo en el espejo por un buen rato. Tenía que hacer algo, ella había hecho tanto por mí que se merecía mucho más de lo que yo podría jamás ofrecerle. Quise hacer algo verdaderamente especial por ella.
No se me dan especialmente bien las sorpresas, pero a ella le encantaban. Después de mucho pensarlo, descubrí que lo que quería era que supiera todas las cosas que me gustaban de ella. Soy bastante olvidadizo, así que debería empezar una lista e ir completándola día a día. Llevaría su tiempo, pero no era nada comparado con el que me había dedicado a mí.
Fui a buscar algo con lo que empezar y entonces noté algo raro. Había una nota en el escritorio de nuestra habitación. No era capaz de reconocer de quién era la letra, pero el mensaje era claro “ella está debajo de nuestra cama”. Sentí como mi corazón se saltó un latido, pero allí estaba ella. Acababa de ver cómo yacía su cuerpo frío y sin vida debajo de mi cama. Grité con todas mis fuerzas, no conseguí entender nada de lo que acababa de ocurrir. Intenté llamar a emergencias pero no encontraba mi móvil y habían cortado el cable del teléfono fijo. Lo siguiente que recuerdo son las sirenas y cómo llegué aquí.
–¿Fue entonces usted el que gritó? –dijo el policía.
–Sí, agente.–le respondí.
–¿Tiene alguna idea de quién pudo haber escrito esa nota? –me espetó.
–Fue “él”.–le respondí.
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