Las campanas

Alejandro González Nevado
Universidad de Málaga


 

Las campanas

Doblan las campanas y las palomas comienzan un breve vuelo que las levanta un instante del suelo. El sol brilla fuerte sobre su cabeza mientras ella cruza con agitación la plaza en diagonal: llega tarde. Mientras camina mira el reloj de la torre y acelera el paso. Al otro lado de la plaza los edificios arrojan sombra y esto le permite abrir los ojos por completo. Su expresión es feliz, como la de quien al fin ha logrado algo que llevaba mucho tiempo esperando. Unos pasos a su espalda la alertan. Inmediatamente cambia el gesto a otro mucho más serio y se gira. El chico se acerca y la besa con un gesto de tristeza, parece fuertemente afectado. Ella agacha la cabeza y continua su camino, él marcha a su lado. Caminan sin cruzar palabra ni mirada alguna. Su presencia la incomoda, pero ha tenido la mala suerte de cruzarse con él aun llegando tarde de forma intencionada. Se para bruscamente y le hace un gesto para que la adelante. Él obedece. Está nerviosa. Enciende un cigarro y fuma con ansiedad. Llevaba años sin fumar hasta que la semana pasada ocurrió todo. Mientras fuma se tranquiliza, tira el cigarro tras las primeras caladas y vuelve a sonreír mientras se toca la melena negra y mira al cielo. Casi le brota una carcajada que tiene que tragarse por seguridad: ya reirá más fuerte cuando esté más lejos y sea más seguro; no es bueno evitar la risa: hay que aprovechar esos momentos de felicidad explosiva porque nunca sabes cuándo volverás a tenerlos. Viene a su mente una imagen descontextualizada de una playa caribeña paradisíaca: ¡ya está de nuevo su cerebro dándole órdenes!; aunque ésta, en especial, parece mucho más relajante que la de la semana anterior. Saca unas pastillas de su bolso y se las traga inmediatamente. Tiene que continuar. Finalmente entra en la sala. Toda la gente viste de negro y parece portar una aflicción enorme. El desconsuelo se apodera de una señora mayor que emite un llanto que se propaga por la sala. La señora se acerca y la besa. Ella hunde su cara en el hombro de la señora y sonríe.

—Por fin ha muerto —susurra la señora en voz muy baja.
—He sido yo —confiesa ella.
—Acompáñeme, por favor —le indica una voz desconocida tras ella.

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