En 1922, el director alemán Friedrich Wilhelm Murnau iniciaba en los estudios Jofa de Berlín el rodaje de Nosferatu, el vampiro, una de las películas más desasosegantes, líricas y plásticas de la historia del cine, que, además, con el paso del tiempo se ha convertido en modelo ejemplar de toda fábula fantástica que se precie. E. Elias Merhige propone en La Sombra del Vampiro recrear las vicisitudes de la gestación de aquel film, adaptación libérrima del "Drácula" de Bran Stoker, e interpretada por Max Schreck (una posible traducción al español del nombre podría ser Máximo Terror), actor forjado en el teatro de Bertold Brecht y que, después de encarnar al vampírico conde Orlock en su primera incursión cinematográfica, se especializó en papeles secundarios sin demasiada enjundia. La misteriosa biografía de Schreck, así como su peculiar conducta durante la filmación de Nosferatu -se rumorea que sólo salía por las noches y desdeñaba toda relación con los demás miembros del equipo: no hay que olvidar que era un actor formado en el método de Stanislawski-, cimentaron una leyenda susceptible de especulaciones fantasiosas. Incluso se llegó a afirmar que Schreck era el seudónimo que utilizó Murnau, quien habría sido en verdad el protagonista del film. No por insólita resulta menos atractiva la propuesta de La sombra del vampiro, pues parte de la premisa de que Schreck era un vampiro auténtico, que accedió a participar en el film a cambio de vampirizar a la actriz que encarna a Ellen (Catherine McCormack) cuando finalizara el rodaje.

La Sombra del Vampiro rastrea los escenarios naturales en los que se llevó a cabo el rodaje de Nosferatu, puesto que Murnau rompió con la tendencia expresionista de filmar en decorados, y de los estudios berlineses se dirigió a los Cárpatos para rodar exteriores, eligió la fortaleza de Oravsky, construida en el siglo XIII en Eslovaquia, como fachada del castillo del conde Orlock, filmó exteriores ciudadanos en poblaciones bálticas como Wismar. Esta película agasajada en Cannes certifica que Max bebía sangre. Y Murnau lo sabía: y si no es verdad, se está imprimiendo la leyenda.

A sus 27 años el director de Deep in the Wood (En lo Profundo del Bosque), Lionel Laplanque, ha dirigido cuatro cortometrajes: Le Tiquet en 1994; Les Lustrates de 1995 (Gran Premio del Jurado del Festival de Raimu; Silver Shadow de 1997, cortometraje premiado en el prestigioso Festival de Clermont Ferrand; y Opus 66 de 1998, el más reputado, con diversos galardones en Gérardmer, Lille, Sao Paulo y Grenoble. Deep in the Wood, estrenada con gran éxito en Francia el pasado verano, es su primer largometraje.

Cinco jóvenes y atractivos actores reciben una invitación para representar su polémica obra de teatro en la residencia de el misterioso barón Fersen: un magnífico castillo gótico escondido en lo más profundo de un espeso bosque. Poco pueden imaginarse que van a verse atrapados en una ratonera. Deep in the Wood es la respuesta francesa al típico psychokiller para adolescentes norteamericano (por más que también cuente con una pequeña participación estadounidense), servida por un joven y entusiasta realizador, Lionel Laplanque, con ganas de renovar e inyectar savia nueva al género fantástico y darle un toque de qualité europea.

Además de intérpretes de prestigio de la cinematografía francesa tales como Marie Trintignat (Los Marmotas, Ponette) o el inclasificable Denis Lavant (héroe del cine de Leos Carax: Mala Sangre, Los Amantes del Pont Neuf), destaca del presencia fresca y arrebatadora de Clotilde Corau, poco conocida en España (Elisa, La Carnaza) pero a un paso del estrellato, a juzgar por las numerosas páginas de fans en Internet que ya tiene dedicadas.